lunes, 5 de marzo de 2012

A excavar se ha dicho.

Me voy a excavar al bosque y me encuentro una esmeralda, cubierta con un impermeable, sí sí, con un impermeable. Pensé que no encontré un diamante porque si no debería estar paseando por una selva. Bueno, vuelvo a la esmeralda...¿el tamaño? Como el de un puño, te cabía en la mano, pero sin poder llegar a cerrarla. Verde, como las mismas hojas que no paré de ver hasta que lo encontré. Si te digo la verdad, era la primera vez que excavaba, así que supongo que empecé muy fuerte. Ah, y el impermeable, pues imaginaros mi cara. Quién sería el idiota que lo encontró y en vez de quedárselo lo protegió y lo escondió. Tampoco es que mucha gente venga a excavar por aquí, así que no había necesidad de llevárselo, ¿pero de protegerlo?
Que cosas más extrañas guarda esta reliquia... brillaba debajo de su capa impermeable transparente, como si estuviera barnizada, lo que a su vez indicaba su origen más natural. Me quedé mirándola otro rato, hasta que decidí sentarme con las piernas cruzadas delante del hoyo sin perderla de vista.
Empecé a pensar las cosas que teníamos en común, las dos estábamos allí sin saber por qué. Ella bajo tierra y yo sobre tierra, pero en la misma situación y sin saber cómo salir.
Ella podía verse reflejada en mis pupilas y supo verse como era realmente ¡y por fin!
¿Sería por eso que le pusieron el impermeable? ¿Para no emitir reflejos y no poderse ver?
Pero yo se lo quité. ¿Y? A una piedra no le sirve reconocerse porque no sabe decirse a sí misma qué es, para qué sirve, o qué forma tiene.
Varias veces estuve a punto de ponerme a hablarle. Total, le podía decir lo que quiera que no me iba a contestar. Sentí que por mucho que quisiera saber de ella, de su origen, de su futuro, y que por mucho que ella pareciera que me contestara nunca iba a poder llegar realmente su fondo, ese centro que le hace valer más, que todo ser que se encontrara alrededor expectante de cómo fuera a acabar la historia.
Ya me iba, y me planteé seriamente llevármela, ella había sido una de las pocas cosas que había tenido entre manos y no me había provocado ningún tipo de malestar. Salvo por el hecho de no poder saber nada más de ella. Cuando me disponía a enterrarla de nuevo, y esta vez sin impermeable, brilló como un chispazo y me quedó reducida a ínfimos trozos.
Por primera vez en muchos días sonreí. Salió volando de mis manos y se perdió en el cielo, donde ella más pudo verse brillar.
Desde ese día no excavé más. No fui en busca de tesoros, y conseguí todo un motín de sensaciones. Jamás podré ver un verde tan bello como el de aquella esmeralda camino del cielo en el que alguna vez en algún lugar podrás ver brillar.

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